visita nuestra web:

martes, 23 de marzo de 2010

EL VALLE ENCANTADO

Valle Encantado - Neuquén - Argentina
Mi vista tropezó con su nombre escrito con letra diminuta sobre un mapa de la provincia de Neuquén, en la Patagonia argentina, y junto a él las palabras “Confluencia” y “El Dedo de Dios” señalando un territorio donde confluían los ríos Limay y Traful, que así daban origen al poderoso Río Negro nacido de su fusión. Y sentí la llamada del lugar. Y fui.
El dedo de Dios - Neuquén - Argentina
Corría el mes de Octubre de 1990, en plena primavera austral, y el encuentro con aquel remoto lugar constituye a día de hoy una de las experiencias que mayor impacto me han causado a lo largo de mi vida. Apenas accedí a él me sentí invadido por una intensa e inexplicable emoción que me hizo llorar como un niño durante horas. No podía entender qué me sucedía. Permanecí dos días en aquel lugar caminando sin rumbo y sintiendo una poderosa atracción, un irracional deseo de quedarme allí indefinidamente, como si de mi sitio en la vida se tratara...

Los meses que siguieron a ese momento estuvieron marcados por la silenciosa presencia del lugar en mi conciencia. Había regresado a España, pero algo mío se quedó allí.

Pasado más de un año, alguien puso en mis manos un libro escrito por un antropólogo chileno que hablaba de la mística de los mapuches, u “hombres de la tierra”, denominación genérica de quienes habitaban en la Patagonia antes de que llegaran los españoles. Y entonces conocí la leyenda de aquel pueblo anunciando que en un tiempo muy remoto el Sol enterró su decimotercer rayo porque la pureza de su energía no podía ser absorbida por los hombres, y que debía permanecer enterrado hasta que estos crecieran en sabiduría y pudieran manejarla. Y que el lugar donde fue enterrado se sitúa al Sur de las tierras del Neuquén..., y se denomina Valle Encantado.

A lo largo de estos años he vuelto al lugar numerosas veces, la mayoría de ellas solo, y alguna con mi hijo Mario o con amigos. Pero siempre con la serena convicción de hallarme en un espacio sagrado; ante una referencia simbólica de la expansión de la conciencia humana y de un tiempo por llegar.

Uno de esos viajes con un grupo de amigos tuvo lugar a finales de 1996. Fue un viaje “sorpresa”, improvisado desde el punto de vista humano, sobre el que me extenderé en otro momento, limitándome ahora a narrar el suceso que tuvo lugar cuando nos hallábamos en el recinto más protegido del Valle, que es Cuyín Manzano.

Estábamos sentados sobre el suelo, a orillas del río Manzano, un estero que nace del deshielo de las cumbres cercanas y vierte sus heladas aguas sobre el Traful tras un breve recorrido. Hablábamos del simbolismo de la leyenda mapuche y de su relación con el mensaje de Jesús contenido en la teshuvah, que es una invitación a “nacer de nuevo” en tanto que condición para acceder al Reino de los Cielos. Y hablábamos del mismo Jesús, de su naturaleza simbólica respecto a lo que cada uno de nosotros es, y de la necesidad de asumir nuestra tarea de realización humana en lugar de seguir proyectándola sobre él. En este sentido, dije que algún día tendríamos que liberar a Jesús de esa proyección que reafirmamos inconscientemente cada vez que rememoramos los episodios claves de su vida y, fundamentalmente, su muerte. Que deberíamos acercarnos a él y desclavarlo, quitarle la corona de espinas, limpiarle las heridas y besar su rostro... Y agradecerle el tiempo que ha permanecido así, esperando nuestro despertar.

Éramos una piña en torno a un sólo sentimiento, en medio de un lugar que evoca un nuevo amanecer. Alguien propuso: “¡Hagámoslo ahora!”. Y lo hicimos. Cerramos los ojos, abrimos el corazón y, desde él, nos acercamos a la cruz y descendimos su cuerpo. Limpiamos sus heridas, lo abrazamos, le dijimos cuánto habíamos comprendido gracias a él y lo que asumíamos llevar a cabo en adelante; le quitamos la corona de espinas y la lanzamos fuera. Y, a él, lo metimos para siempre en nuestro corazón.

Permanecimos un buen rato en silencio, emocionados, inmersos en el sentimiento, conscientes de que el anunciado rayo nacía en nosotros. De pronto, alguien exclamó: “¡Mirad lo que hay aquí!”, mientras se inclinaba hacia el suelo cogiéndola con sus manos: era una corona de espinas real.

Un escalofrío recorrió nuestro cuerpo. Nos abrazamos. Y lloramos.

Instantáneas que recogen la corona de espinas hallada

6 comentarios:

  1. Aunque ya conocía la historia me sigue impactando tanto o más que el primer dia que la escuché. Tieras solemnes aquellas, sin duda, donde la esencia de lo que somos se hace patente en cualquier esquina. No puedo evitar un sentimiento de alegría cada vez que tú Félix haces alusión a estos lugares. Tierras a las que algún dia volveré para caminar, sentir,estar y, sobre todo, SER.
    Gracias de nuevo Félix por compartir estas experiencias con nosotros.

    ResponderEliminar
  2. "...Y, a él,lo metimos para siempre en nuestro corazón."
    Saudade Félix... Un beso muy fuerte.

    ResponderEliminar
  3. No se puede conocer y menos amar a alguien proyectado... Gracias por cantarlo, Félix. Cuando queramos querer o conocer de verdad a nuestro hermano lo fundiremos en nuestro corazón, no como un "algo" amado sino como nuestro propio corazón reconocido. Respiraremos su respiración (como una vez nos evocaste).Sus alegrías serán nuestras alegrías y sus penas las nuestras. Sus pisadas y las nuestras coincidirán. Su huella, tú huella y mi huella sólo es una en ese instante: en el dedo de Dios.
    marta

    ResponderEliminar
  4. Tus experiencias Félix son sólo tuyas, pero tienes el don de transmitir las vivencias, para que así despiertes en cada uno la semilla Crística, y en nosotros podamos sentir junto a ti.

    Te amo mi querido amigo del alma

    rosa mari, de Illescas- Toledo

    ResponderEliminar
  5. Estimado Félix, en mi viaje espiritual, hoy me ha llegado su información a través de email. He entrado en su página, navegado por su website y me he encontrado con este relato de proyectar la limpieza y el reencuentro con Jesús. A medida que lo iba leyendo he experimentado en mi cuerpo una energía extraña, potente, pacífica y, de alguna forma, ella me ha transmitido vía corporal una sensación de vivir lo que ustedes experimentaron al descenderlo y cuidarlo. Hace un año estuve en Argentina, Paraguay y Brasil. Tuve unas experiencias "sobrenaturales" y muy en conexión con Dios. Así que de alguna forma esta narración que usted realiza me pone en contacto de nuevo con aquellas vivencias mías. A pesar de que las tengo tan presentes precisamente por su intensidad y su pureza. Gracias. Saludos. Azucena de la Fuente (España), actriz y directora.

    ResponderEliminar