“Modeló Dios al hombre de la
arcilla y le inspiró en el rostro
aliento de vida, y fue así el hombre ser animado”
(Gén 2,7)
Respirar
es vivir. Un acto de respiración nos incorpora al mundo y otro nos saca de él. Y entre uno y otro
movimiento, queda contenida la vida humana. La respiración nos introduce en el
mundo, nos mantiene en él y finalmente nos saca. Antes de llegar a él, el mundo
ya respiraba; y cuando ya no estemos aquí, el mundo seguirá respirando. Por eso
la respiración no es algo personal, no nos pertenece; existe, como algo
inherente a la Vida que nos acoge, nutre y acompaña, sin que en todo ello medie
nuestra voluntad. No respiramos porque queramos hacerlo, sino porque lo impone la Vida. Respirar es
vivir y vivir es respirar.
Somos
seres animados, vivientes, provistos de
ánima, o alma; bendecidos por el “aliento de vida” citado en el Génesis, que
nos hace miembros de la
Vida. Existimos en el
seno de la Vida en virtud de una gracia.
Habitamos en el corazón de Dios donde existen todos los mundos, todas las realidades,
todos los sueños, todos los seres… Compartimos con ellos la estancia y los
medios; respiramos juntos, compartimos el mismo aire, a través del cual el
“aliento de vida” se renueva y mantiene.
Por
eso la respiración no es un acto mecánico, sino un signo de pertenencia, un
vínculo con algo mayor inclusivo de todo cuanto respira que nos hace seres animados, vivientes. Respirar es vivir, vivir es pertenecer, y pertenecer es
compartir. Y, el fundamento esencial de ello, es el aliento
o anhelo insuflado por Dios como un don
inherente a nuestra naturaleza, sin el cual nada éramos y nada seríamos.
El
acto de respirar nos recuerda a cada instante que existimos en el seno de la
Vida, o de Dios, donde existe toda la Creación como algo único y total; que pertenecemos
a ese Todo junto al resto de las criaturas, con quienes compartimos una
naturaleza común, aún sin ser
conscientes del vínculo que nos identifica y nos une, entre nosotros y con Dios.
El acto de respirar mantiene indeleble el vínculo que une a las almas con su
Creador, mientras aquéllas consuman la experiencia de una vida humana desde el
no recuerdo de su dignidad, de su naturaleza y origen verdaderos, y creyéndose
que son otra cosa., que viven separados de Él y que son culpables de dicha
separación.
El
acto de respirar es el testigo y la consecuencia del aliento que habita en el hombre, del anhelo capaz de elevarnos más
allá de nuestros límites personales, hasta reconocernos en todo lo demás. Y es
la esperanza de que un día se hará realidad.
Respiremos
todos…, respiremos.
Félix
Gracia
Perfecto como siempre Félix y alentador. Gracias por compartir e iluminar. Eufemía
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