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sábado, 23 de marzo de 2013

UNA IGLESIA POBRE (primera parte)



“Hay un vacío en el alma que tiene la forma de Dios, que sólo Dios puede llenar”
 (San Agustín)

El Papa Francisco, haciendo honor a lo que evoca su nombre,  ha proclamado su deseo de tener “una iglesia pobre para los pobres”, causando un positivo y esperanzador impacto en el catolicismo. Y no es para menos, pues ha tocado un asunto que a muchos preocupa viendo la deriva de la institución en algunos aspectos, que exige, quizá, una  refundación de la misma. Personalmente, yo también aplaudo sus palabras y comparto su objetivo, aún si no coincidiéramos en la apreciación del término “pobreza”. Su declaración, no obstante, contiene tanto y en tan pocas palabras que invita a una serena reflexión.

La precisión que  establece al manifestar su afán, sugiere al menos dos cosas; primera, que existe un colectivo de  “pobres” en el seno la sociedad, y otros que no lo son; y segunda, que a día de hoy la Iglesia no ha hecho de ellos su objetivo fundamental. La sociedad, pues, parece estar compuesta de ricos y pobres; tácita afirmación que nace de una observación objetiva de la vida y de los hombres, sin duda cierta, pero parcial en sí misma; no general, no universal, no católica; lo cual resulta un tanto  paradójico  viniendo del máximo representante de una iglesia que se autodenomina católica. En tal caso, y si los pobres no son todos, ¿quiénes son los pobres?

Decía en un artículo anterior que el nuevo Papa procedía del Nuevo Mundo (América), y que tal vez su elección fuese un indicio, una señal del “mundo nuevo” al que aspiramos. Decía igualmente que quizá estemos en el inicio de un cambio que nos lleve a vivir de una manera más humana y compasiva, más cercana a la necesidad del “otro” y a su dolor -que también es nuestro- y más decididos a ofrecer nuestro reconocimiento y ayuda a todos los abatidos para que recuperen la memoria de lo que son y con ello su dignidad. ¿Quiénes son “los abatidos, los quebrantados de corazón y los encarcelados” que dieron sentido a la vida de Jesús, referente fundamental y paradigma de la Iglesia?¿Guardan relación con los pobres?

Abatir significa descender, “hacer bajar algo que estaba izado”; y también derribar, “hacer caer algo destruyéndolo”, de donde se deriva abatido, cuyo significado es: desanimado, afligido, angustiado, decaído, deprimido, agobiado, desmoralizado, hundido… Aplicado a los seres humanos, los abatidos, los quebrantados de corazón y los encarcelados definen a un mismo tipo de personas, y vendrían a ser aquéllos que viven atrapados en un sentimiento complejo donde conviven la sensación de haber perdido una posición mejor, con la impresión de que algo valioso ha resultado destruido en la caída, provocándoles una profunda aflicción, el desánimo y la impotencia. Y fueron ellos -recordémoslo-quienes dieron sentido a la vida de Jesús al convertirse en su objetivo, según sus propias palabras y sus actos.

Y, ¿quiénes son y dónde están hoy aquellos abatidos de antaño? Es preciso recuperar la metáfora del Paraíso Terrenal para poder contestar a esta pregunta; para entender que originalmente somos uno en y con Dios, sin separación posible, y que dicho estado o cualidad de la existencia, absolutamente inaprensible para la razón, es sugerido por la citada metáfora del Paraíso. La mencionada cualidad de la existencia es pues nuestro “punto de partida”. Y el propio relato del Génesis, a través del recurso de la “expulsión”, anuncia el descenso o  “caída” desde dicho estatus, registrada en el alma como una gran pérdida y con el sentimiento añadido de que tal daño ha sido provocado por nosotros mismos, por el ser humano. La metáfora del Paraíso y la caída, aluden a un cambio radical que va desde el “sentirse en el corazón de Dios, a sentirse excluido de Él”; con el agravante de la culpabilidad propia, que atrae y justifica la necesidad del sufrimiento como experiencia reparadora. ¿Cabe mayor pérdida?

El ser humano es el resultado de tal proceso; lo cual advierte acerca nuestra  enorme complejidad psíquica, completamente ignorada. Puede decirse que en nosotros vive esa simbólica historia como si realmente hubiera ocurrido, convertida en estructura arquetípica, o impulsos vivientes de los que no somos conscientes, pero influyentes y en muchos casos determinantes de nuestros actos. El relato del Génesis es una metáfora que alude al proceso del alma que encarna; no se nos cuenta porque así sucedió, sino porque así estamos hechos, porque así somos, y porque desde su inspiración silenciosa y su influencia vivimos cada instante de nuestra vida.

Decía San Agustín, conmovido por el drama de la humanidad, que “Hay un vacío en el alma que tiene la forma de Dios, que sólo Dios puede llenar”. Un “sentimiento de vacío”, como una ausencia, provocado por la pérdida del estado de unidad en y con Dios, que nada del mundo puede compensar: ni la riqueza, ni el poder, ni la gloria; nada. Nada ni nadie puede satisfacer esa carencia que a todos sin excepción nos convierte en  pobres; pobres de solemnidad, tanto si  estamos rodeados de honores y de riquezas como si carecemos de todo. Porque la pobreza no es una situación de objetiva falta de medios, sino un sentimiento de orfandad  sembrado en el alma que sólo  resuelve la presencia de Dios. Tal sentimiento es el origen de todas las “pobrezas humanas” conocidas, que incluyen no sólo las carencias, sino también la necesidad y los deseos de satisfacerlas, los cuales derivan a menudo en  pulsiones como la lujuria,  la envidia o  la codicia, conocidas como “pecados capitales”; verdaderos  estados psíquicos incontrolables que nublan la conciencia y son causa de sufrimiento, sin que el ser humano pueda escapar a su dominio e influencia. La vida humana se torna así en algo parecido a una noria; en una suerte de viaje en círculo creyendo que avanzamos porque no cesamos de caminar, cuando en realidad sólo giramos alrededor de un eje, repitiendo y repitiendo experiencias que  cambian en la forma, pero son idénticas en lo esencial.

Este es el vivir humano -el Samsara- en cuyo origen se sitúa  un cambio registrado en el alma como un descenso o caída, una pérdida irreparable y una carga moral de  culpabilidad altamente condicionante y restrictiva que atrae el sufrimiento.  Tal es la base que sustenta nuestra presencia en el mundo y nos ata a él. Y éstos, quienes viven así,  son los  auténticos pobres; estos  son los abatidos de la tierra: nosotros. Todos.

No existen, pues, dos grupos humanos de ricos y pobres, sino uno. Todos somos pobres. Y es esta pobreza íntima la que, por existir en el alma, se manifiesta en forma de falta o carencia de recursos, dando lugar a una categoría social denominada “pobres” -así, a secas- cuando en verdad representan el anhelo más profundo y genuino del alma. Ellos son la punta del iceberg del estado de pobreza de todos. Cada “pobre” que camina sobre la tierra es la “versión” pobre de cada uno de nosotros proclamando nuestra orfandad. Con su testimonio, pues,  no muestran su personal pobreza, sino la ausencia de Dios en todos.

La injusticia social tantas veces denunciada no consiste en el desigual reparto de la riqueza, que es una simple consecuencia, sino en el no reconocimiento de la función espiritual de los “pobres” que debería provocar en nosotros la búsqueda de Dios. En ello radica la injusticia, pues, eludiendo nuestra obligada función mantenemos la manifestación de la pobreza en el mundo. “Pobres, siempre los tendréis entre vosotros, y a mí no me tendréis”, afirmó Jesús aquel día que una mujer derramó perfume sobre sus pies y Judas expuso que hubiera sido mejor dar de comer a los pobres con ese dinero. Con dicha respuesta, Jesús no rehuye la dedicación a los pobres, tantas veces testimoniada con su actividad,  y sí pone en cambio el énfasis en lo prioritario,  señalando el camino que es la devoción a Dios en él representada.

El Papa Francisco sueña con una iglesia para los pobres, y muchos de nosotros también. Pero no es igual atender o cuidar de ellos que erradicar la pobreza; ambas funciones, aunque diferentes, son igualmente necesarias y compatibles, y sobre su práctica descansa el verdadero ejercicio de la caridad. Ayudar a los  pobres que manifiestan su pobreza -los aludidos por Jesús- es bueno y es justo . Mas, es preciso saber que el beneficio de esta buena obra apenas mitiga los efectos de la pobreza, pero no la evita. Si sólo intervenimos a ese nivel, aunque repartiéramos con ellos todo cuanto tenemos seguiría habiendo pobres.

La auténtica caridad va más lejos; más allá de todo lo visible hasta alcanzar la intangible naturaleza del alma, donde “hay un vacío que tiene la forma de Dios, que sólo Dios puede llenar”; para allí conectar con la impresión del vacío, con ese sentimiento de ausencia infinita que a todos nos convierte en pobres…, y sentirse así…, y sentir a los demás hasta que brote la compasión que nos une, y con ella la voluntad de actuar allí donde estemos, con nuestro convencimiento y con nuestros medios, proclamando la buena nueva anunciada por Jesús para que ese Dios íntimo al que llamó “padre bondadoso”, siempre presente en el alma humana, sea por fin percibido por éstos y acabe así su orfandad y la pobreza que de ella nace. Esta es la prioridad.

Como ya he sugerido, quizá estemos en el inicio de un cambio en nuestra manera de vivir, más conscientes y sensibles al dolor de los demás, que también es nuestro. Quizá ha llegado el tiempo de sumar voluntades hacia el objetivo común de la familia humana, desde el reconocimiento de que “ya somos algo común”, que nuestra manifiesta diversidad no debilita. Quizá es el momento de afrontar la necesaria metanoia individual que nos impulse hacia metas más elevadas. Si así fuera, si así es, ayudémonos mutuamente, fundemos en nuestro corazón esa nueva iglesia que no requiere territorios, ni templos, ni oropeles, ni títulos; hagámosla como un sentimiento, donde los pobres -todos- encontremos aquello que sacie nuestra necesidad.

Félix Gracia

11 comentarios:

  1. Pobres de solemnidad nos sentimos todos aún estando rodeados de bienes materiales . . . Cuando no hemos descubierto y entendido lo que Es la Única la Verdadera Riqueza. . . Aquella rica Perla por la cual uno va y lo vende todo para adquirirla. Las palabras de San Agustín son expresión transparente de esa carencia y de como llenarla a plenitud.
    Gracias.Eufemía

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  2. Félix, con este más que el sombrero " me quito el cráneo".
    Un abrazo.
    César Gironella

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  3. Uf !!! que fuerte, que profundo hemos ido de tu mano amigo a través de ésta impactante y hermosa reflexión.
    Los sentimientos de pérdida, vacío, ausencia, orfandad, y abatimiento, "sembrados en el alma sólo los resuelve la presencia de Dios".....simple, pero poderosa verdad que resuena en MI ALMA emocionada y sorprendida, por esta nítida lectura que ha hecho de ella un hermano a mas de 10 mil kilómetros de distancia, escudriñando en la suya. Un abrazo lleno de gratitud apreciado Félix.

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  4. gracias felix, por decir lo que yo siento, un abrazo...

    de pakita castellon montalban...

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  5. gracias por decir lo que yo pienso un abrazo..

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  6. Gracias Felix... me acuerdo de tí muchas veces, pero cuando se anunció a este Jesuita como Papa sentí además de mi alegría, la tuya... ;-). Qué afortunada soy tanto de conocerte como de haber asistido a esta transición Papal.

    Ojalá pronto llegue pronto a mi corazón tu lucidez y certeza. Ee momento ya está en mi mente... pero la clave está en el corazón...¿verdad? ASí que aquí seguimos... cayéndonos y levantándonos pero siempre palante.

    Os echamos de menos a Carmen y a tí!. bss Bea

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  7. Que gran verdad!!, yo misma la he vivido, sufrido en mi, y como solo se llena de DIOS, un besazo corazón!!!!
    Kuchy

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  8. Maravilloso Félix.
    GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.

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  9. Querido Félix:
    Ya no te necesito cerca, porque estás a mi lado. Ya no te siento lejos porque estás en mi alma. Ya no hay distancia, porque soy una contigo.
    Te quiero Félix. Bendigo a la vida que te puso en mi camino. Un abrazo muy redondo. Flor

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  10. Lo que has dicho, Félix, es justamente mi forma de verlo. Parece que me lees el pensamiento con este artículo. No sé si llamarlo conexión espiritual, presentación, exposición, apertura... Muy bello.Saludos.

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  11. Sabia, maravillosa y además muy oportuna reflexión en este momento de mi vida. Ya en el pasado, en un momento crucial de mi existencia, tuve la gran bendición de descubrir, experimentar y comprobar, la certeza de lo expresado por Felix...ese vacío, solo lo llena Dios.
    Hoy, esta lectura providencial, le devuelve, una vez más, la luz a mi alma, en un momento en que la perdida de la conexión con Dios, ha permitido que vuelva a manifestarse en mí la orfandad, el desasosiego, ese "vacío" que ensombrece el alma.
    Gracias Félix, porque sin "conocerte" he conectado contigo y tu reflexión le devuelve la claridad y la paz a mi alma.
    Un fraternal abrazo desde Colombia.

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