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martes, 23 de febrero de 2010

SALVEMOS A LOS NIÑOS

Dicen los noticiarios de las pequeñas cosas que un soldado americano ha sido arrestado acusado de torturar a su pequeña hija por no saber recitar bien el abecedario. La niña sufría de pánico al agua, y el padre, que conocía su dolencia, aprovechó la debilidad de la pequeña para que el tormento fuese del todo eficaz: le sumergió la cabecita en un cubo, reteniéndola mientras la niña pudo aguantar la respiración.

Al leer la noticia he sentido que mi respiración también se cortaba. Luego, pasado un tiempo, he recordado la historia de aquel mercader que todos los días rezaba al Señor. En una ocasión tuvo que partir en viaje de negocios, debiendo ausentarse de su domicilio durante varios días. Cuando tras una larga jornada llegó a su destino se dispuso a orar, pero cuál sería su sorpresa al comprobar que había olvidado su libro de oraciones en casa. Y como el mercader era un fiel devoto, lamentó profundamente tamaño descuido, reprochándose tan gran torpeza y temiendo ser castigado por su pecado.

Lloró desconsoladamente durante horas, hasta que por fin recuperó la calma. Entonces, sosegado, tuvo una idea. Tomó un papel y escribió en él todo el abecedario y, cuando hubo terminado, se dirigió a Dios diciéndole: “Señor, soy un torpe mercader que ha olvidado su libro de oraciones, y sin él no sé qué decirte. Así que te ofrezco todas las letras del abecedario y, Tú, que lees en mi corazón, compón con ellas la oración que más te plazca”.

Dice la historia que aquélla fue, de todas las oraciones elevadas por el mercader, la que más complació al Señor.

La noticia de otro adulto maltratador no es nueva, ni será la última, en esta sociedad ignorante donde prevalecen los derechos del adulto frente a los del niño, tan a menudo abusado, maltratado, desatendido..., prolongándose dolorosamente un drama en el que, no uno sino ambos, resultan dañados. Sí, creo en que somos la manifestación de Dios en la tierra y que somos portadores de un infinito potencial de renovación, de creatividad y de bondad. Pero creo también que nos ha cegado la ignorancia y, por ello, a diferencia del Dios ligado al mercader, los hombres somos capaces de responder con severidad y disciplina ante la debilidad y la inocencia del otro, ignorando que también es la nuestra.

Detrás de toda situación de niño maltratado se oculta una disposición del alma humana, una tendencia a hacerse “soldado” que defiende y preserva el orden establecido, una resistencia al cambio que nos impone la adaptación a lo viejo y frena el impulso renovador que traemos al nacer. Por ello, detrás de cada niño no respetado, ni atendido, ni amado, estamos todos. El que recibe el daño y el que lo inflinge, pues en ambos casos es nuestro potencial de bondad, de creatividad y de renovación lo dañado. Y, con ello, la esperanza que alimenta nuestro sueño de un mundo mejor.

Cada niño que nace es el renovado intento de la vida por hacer real al Hombre perfecto, al Hombre divino que subyace en algún rincón del alma, esperando...

Sí, en nosotros vive un amenazante “soldado”, pero también vive un “mercader” abierto a lo nuevo, confiado en que con las letras se componen palabras y que son éstas, fruto del ordenamiento de aquéllas, las que dan significado a nuestros sentimientos. Respeto, pues, el orden alfabético de las letras, pero apuesto por la niña de esta noticia jugando a ordenarlas de otra manera y así crear con ellas una hermosa oración o un bello sentimiento. Para ofrecérselo a alguien.

Salvemos a los niños. O pongámonos a llorar.

martes, 16 de febrero de 2010

EL GATITO DESHAUCIADO

Hacía poco que nos habíamos mudado a la nueva casa, situada en el lindero de la población con el campo. A espaldas, la urbe. Enfrente, una pradera silvestre y un extenso pinar por donde saltaban las liebres al paso del caminante. Una mañana apareció una caja con cuatro gatitos a la puerta de nuestra casa. Alguien los había dejado allí. Tendrían poco más de un mes y aún no abrían del todo los ojos. Eran iguales dos a dos: dos eran completamente pardos y los otros dos, pintados. Todos eran hembras.

Repartimos el lote con unos amigos que también eran vecinos, y todos nos sentimos felices con aquel inesperado regalo de bienvenida. Llegamos a tener treinta y cuatro gatos a la vez. Y mi amigo otros tantos. (Creo que nunca se ha dado una concentración de gatos por metro cuadrado tan elevada como la que favorecimos entre los dos). Competíamos alegremente en número y en belleza, pero reconozco que los mejores ejemplares los aportó él. Con frecuencia asistíamos a su nacimiento y, en menos ocasiones, también a su muerte, porque los gatos gustan de morir en soledad. Se alejan de ti, buscan un lugar adecuado, y no los vuelves a ver. Los gatos de mi amigo venían a morir a nuestro jardín, pero nunca supimos dónde lo hacían los nuestros.

Un día, una gata pinta llamada “Miche” dio a luz una camada de cuatro. A uno de ellos lo sacó fuera de su regazo apenas nació, enroscándose con los otros tres pegados a su vientre mientras el primero, separado unos pocos pero fatídicos centímetros de la madre, emitía un débil maullido y tiritaba, no sé si a causa del frío o del abandono...Intentamos subsanar el “descuido” materno poniéndole el gatito a mamar. Una vez, dos veces..., diez veces. Pero el instinto de la madre era más fuerte -y más sabio- que nuestro deseo, y no conseguimos que lo aceptara.

No nos dimos por vencidos, pese a todo, y decidimos asumir el rol de madre, alimentando y protegiendo al gatito casi tan solícitamente como “Miche” lo hacía con sus otros hijos. El gatito sobrevivió, pero no llegó a ser un cachorro normal ni sano. Su raquitismo era tan llamativo que nos causaba dolor. Para entonces ya habíamos asumido que el pequeño animal no estaba llamado a corretear por el jardín con sus hermanos, ni a acechar a los pájaros, ni a encaramarse al olivo centenario..., ni a vivir. Y que su madre así lo percibió en el mismo instante de nacer, dándolo por perdido conforme a un desarrollado instinto natural que no incluye la protección del débil.

Cuando aún no había alcanzado la edad de dos meses se le formó un tumor en el ojo derecho que en pocos días se hizo del tamaño de una canica blanquecina, sobresaliéndole exageradamente. El aspecto del gatito era desolador. Daniel, mi hijo menor, tenía entonces cuatro años de edad, y aquel débil cachorro era su favorito. Lo tomaba entre sus manos y lo acariciaba suavemente, como temiendo hacerle daño. Una tarde, mientras lo sostenía sobre sus piernas, me acerqué a él y comenté: “¡Dios mío, cómo se le ha puesto el ojo!”. Y Daniel, acercándomelo, contestó: “Sí, ¡pero mira que bonito es el otro ojo, papá!”. Y recordé a Jesús y su advertencia: “Si no os hacéis como niños...” Y supe que el Reino de los Cielos también está relacionado con la manera de ver.

miércoles, 10 de febrero de 2010

AQUEL LEJANO SUR

Hoy me he despertado nostálgico. Como con una feliz resaca de aromas extrañados, de cielos cargados de estrellas que parecen haber descendido para dejarse tocar, de ríos desbocados, de volcanes coronados de nieve y de vientos poderosos para los que no hay fronteras. Hoy me he levantado con el alma asida a la Patagonia. Tenía que suceder. Aún sin existir un motivo para la evocación, pues una parte de mí vive en ella; se quedó para siempre en aquellas tierras desmesuradas, donde el silencio y la soledad se tornan presencia. Pero, no obstante, el motivo se presentó anoche en forma de película que narra la pequeña historia de un hombre bueno que trata de sobrevivir haciendo mangos de cuchillo... “¿Mangos de cuchillo?”, se asombraban los demás.”¡Son de artesanía, son hechos a mano, señor”! se defendía sin éxito aquél hombre entrado en años, avergonzado, sin empleo ni medios de subsistencia. Un día, en pago a un servicio le regalaron un perro, un dogo de pura raza, y con el perro un problema añadido a su precaria situación, puesto que no lo podía alimentar. Pero el hombre de los mangos de cuchillo aceptó llevarse al perro con él..., y, a partir de ese momento, el manso animal cambió la vida de su dueño abriéndole una puerta a la esperanza que nunca tuvo. “¿A qué se dedica, señor?” Le preguntaban luego. “¡Soy criador de perros muy buenos!” Respondía él con orgullo. “¿Y tiene muchos?”, insistían. “Bueno, de momento sólo tengo éste. Pero ya estoy empezando...”. Respondía con una sonrisa, asomándose desde el mundo de la esperanza donde había recuperado la dignidad. Me sentí de nuevo viajero por aquellas tierras de El Chubut, escenario natural donde se desarrolla la película, y de uno de los numerosos viajes que he realizado por la Patagonia argentina y chilena siguiendo la estela de un hermoso sueño. En aquella ocasión mi sueño me condujo hasta Palena, junto al archipiélago de Chiloé, en la X Región chilena. Inicié el viaje en Valdivia (Chile), pasando al lado argentino por Villa la Angostura y siguiendo todo el recorrido por las provincias de Rio Negro y más tarde El Chubut, para entrar de nuevo en tierras chilenas por el paso de Futaleufú, en un recorrido de cientos de kilómetros de llanura sin fin azotada por el viento, a lo largo de los cuales apenas me crucé con media docena de vehículos, y menos aún de lugares habitados. Jamás he percibido la inmensidad que te hace sentir solo y pequeño como entonces. Es la Patagonia. Llegué a Palena y comprobé que allí se terminaban los caminos. Yo viajaba en un pequeño coche que alquilé en Valdivia. Era un Peugeot 204 que entonces se promocionaba bajo el lema: “Contigo al fin del mundo”. Y supe que debía regresar.

martes, 2 de febrero de 2010

LA NOCHE DE LAS CANDELAS

Han transcurrido ya cuarenta días desde la Navidad, y en el alma se remueve el más profundo y genuino de sus anhelos, asociado desde la antigüedad al devenir del Sol. Nuestros antepasados vieron en el Sol una fuente de vida que daba forma a su intuición de que en el ser humano habita un poder espiritual eternamente viviente, que es el fundamento de todo lo manifestado. Y el astro Sol, fuente de luz y calor, pasó a ser el símbolo visible de aquel poder implícito, de manera que el devenir de la poderosa luminaria se convirtió en el anuncio de la actividad del espíritu invisible que daba vida al Hombre. El nacimiento del Sol celebrado en el Solsticio invernal constituía en su mentalidad una señal de la venida de dicho poder a la vida humana, de su nacimiento. Y el hecho en sí era percibido como algo tan colosal, que en su imaginación tomó la forma del nacimiento de un “niño” especial, concebido y nacido de manera singular, e investido de un poder sobrehumano al que denominaron Niño-Dios. En esa larga lista de niños divinos nacidos en el Solsticio invernal figura Jesús, referente más familiar y cercano de una tradición que dio vida a un símbolo eterno asociado a un acontecimiento cósmico, universal, que por repetirse año tras año mantiene viva la oportunidad de hacerlo real en nosotros. Pero en la mentalidad de nuestros antepasados, ese Niño-Dios, que nace como el Sol en el seno de la oscuridad de la noche más larga del año, es débil, indefenso y está amenazado por las tinieblas. Por tanto, el recién nacido necesita protección y ayuda hasta que pueda valerse por sí mismo, en un proceso no exento de peligros que culminará felizmente en el Solsticio de verano con el triunfo del Sol, después de haber superado el todavía incierto pero esperanzador equinoccio primaveral, en el que las fuerzas de la luz y de la oscuridad se equilibran dando lugar al mismo número de horas de día que de noche. Superado este momento crucial, el Sol, y junto a él el Niño-Dios, progresará imponiéndose definitivamente a la oscuridad en el mencionado Solsticio, cuando la noche es la más corta del año, y el día el más largo. Sensibles a esta simbólica necesidad de ayuda y de protección, la humanidad de entonces encendía hogueras en las noches de los primeros días del mes de febrero, punto intermedio entre el nacimiento celebrado en el Solsticio invernal, que es el momento de máxima debilidad, y el equinoccio de primavera, tras el cual el Sol comenzará a superar con firmeza a las horas de oscuridad. El triunfo está anunciado, sí, pero en esos días intermedios en los que reina todavía la incertidumbre, nuestros antepasados iluminaban las oscuras noches en un gesto simbólico que fortalece a la luz. Con el tiempo, aquella lejana costumbre fue incorporada al Cristianismo haciéndola coincidir con una fecha igualmente simbólica, que es el día de hoy: 2 de Febrero, día en que se conmemora la purificación de María, tenida lugar a los 40 días de dar a luz según prescribe el Levítico, y la presentación de Jesús en el templo. Pero que conserva su espíritu relacionado con la Luz, ahora asociado a una virgen, la Virgen de la Candelaria; de las candelas o luces. Vaya pues mi apoyo, mi solidaridad y mi acompañamiento, a todos aquellos pueblos que hoy celebran esta festividad; a todas las personas que lo llevan en su nombre, y a todos los que hoy enciendan su vela en homenaje a quienes lo hicieron primero, y como signo de afirmación personal.