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martes, 29 de enero de 2013

EL SUFRIMIENTO ÚTIL


Un dilema es la situación que se plantea cuando concurren dos opciones o  posibilidades, de tal manera que, consideradas por separado, cada una de ellas resulta adecuada, lógica y hasta conveniente. Pero juntas no pueden coexistir; será la una o la otra, pero no ambas a la vez. Un dilema es lo formado por los términos justicia y misericordia, por ejemplo. Ambas posibilidades son perfectamente válidas y justificables si se juzgan por separado. Está bien actuar con justicia, e igualmente está bien ser misericordioso. Y podemos  aplicar la justicia, pero entonces no seremos misericordiosos. O proceder a la inversa, y entonces no seremos justos. Ser justo o ser misericordioso, representan dos opciones igualmente válidas; podemos ser lo uno o lo otro, pero no ambas cosas a la vez. Podemos ser justos en unos casos y misericordiosos en otros, alternando dichas opciones. Pero no podemos ser justos y misericordiosos al mismo tiempo. Eso es un dilema.

Un dilema, pues, no es un simple concepto, sino una cualidad de la experiencia que se basa en el reconocimiento de los extremos, en la vivencia de la polaridad. Un dilema es el vivir humano; la realidad sensorial, práctica y diaria, anunciada por la metáfora del “Árbol del conocimiento del Bien y del Mal” que sucede a la pérdida del Paraíso, y que no constituye un castigo -salvo en nuestra errónea creencia- sino una   advertencia: el anuncio de cómo es la existencia experimentada desde el “estado de separación” en el que nos sentimos. Vivir fuera del Paraíso es vivir la separación; experimentar las partes desde un extremo al otro y sentirlas antagónicas, ignorando la unidad que subyace tras las formas. Vivir fuera del Paraíso significa recorrer el largo camino de la experiencia posible, desde el bien o lo bueno, hasta el mal; desde la alegría y el gozo hasta el sufrimiento. Vivir ausentes del Paraíso es vivir expuestos a la experiencia incesante, múltiple e inagotable, a veces deseada y feliz, y otras frustrante y dolorosa. Pero siempre sentida.

La vida humana es así. Polar, dilemática. Y como tal hay que asumirla, pues no contiene un error que deba ser subsanado. El bien y el mal, como todos los polos opuestos, son las caras de una sola moneda; existe el uno porque existe el otro; ambos van unidos porque son lo mismo, y no es posible separarlos. Pretender evitar una polaridad en nuestra experiencia de vida, constituye una prueba de nuestra ignorancia que, en contra de lo pretendido, potencia aquello que queremos eliminar. No es posible instalarse en la felicidad, ni en otro aspecto cualquiera, evitando experimentar su opuesto. Éste se hará más llamativo, se mostrará con mayor pujanza, dolerá más…, llamando así la atención y pueda ser revisada nuestra actitud. La vida humana contiene todo, pues en nosotros encarna la metáfora del “Árbol del conocimiento del Bien y del Mal”. No es posible eludir esa realidad ni el evitarlo forma parte del Plan.  Todo lo que hay que hacer es vivir lo que toca, sabiendo que hemos contribuido a la creación de esa realidad, y que  se trata de la cara de una moneda que, al mostrarse, está a la vez anunciando la existencia de la otra cara hacia la cual nos orienta, y que ambas forman una unidad; que son aspectos diferentes  de lo que es uno; que todo procede del “vacío cuántico”, del insondable Brahman Supremo, del seno de Dios; que todo son partes de la Unidad, igualmente perfectas, adecuadas y santas. Y que la experiencia humana de todo ello tiene el propósito de hacerlo real en el último rincón de la Creación, que es la materia.

Cuando lo vivimos así, con esta conciencia, el sufrimiento -tan denostado y  tan frecuentemente inútil-, convertido por causa de nuestro permanente rechazo en el habitante de la Vida más alejado, deviene reconocido y aceptado; deviene útil, tanto como el gozo o la alegría, porque nos hace crecer. En ese instante sin tiempo, el dilema irresoluble para el hombre desaparece, deja de ser. Porque quien lo vive ahora ya no lo contempla con ojos humanos que sólo ven la separación, sino con los ojos de Dios, que en todo ve al “hijo amado”, en el que se complace.


Félix Gracia

lunes, 21 de enero de 2013

PAULA, o un mundo nuevo

Paula cumple hoy un mes de vida. Llegó con el Solsticio de invierno; de la mano del Sol que, ese día, cumplía con su destino de ser el eterno anunciador de que Dios habita en el corazón de los hombres y que, éstos, están llamados a descubrirlo y a sentirlo, provocando en ellos mismos un cambio sólo comparable a un “volver a nacer”, o resucitar. Nuestros antepasados, que así lo intuyeron, asociaron esa experiencia humana al nacimiento de un niño divino, un Niño-Dios, y lo relacionaron con un acontecimiento cósmico llamado Solsticio, porque en ese momento la Luz vinculada al Sol, comienza a superar a la oscuridad de las noches invernales.

Paula nació con ese Sol que sustenta a la hermosa metáfora que alude al porvenir de la raza humana en la Tierra, y con su venida sentimos que alguien ha llamado a nuestra puerta para recordarnos, no sólo el destino que nos aguarda, sino cuánto queda por hacer para que lo anunciado se haga realidad. Paula nos  llena de alegría porque en ella la metáfora trasciende su simbolismo y se hace humana. Pero también nos recuerda que el milagro descansa en nuestros actos, que el “mundo nuevo” anunciado acompaña al “hombre nuevo” y, que si éste no nace, tampoco lo hará aquél.

Paula es mi nieta. Una preciosa criatura, un ser individual maravilloso capaz de despertar en mí recuerdos y sentimientos profundamente guardados. Pero Paula es también un colectivo, una suma de voluntades que han decidido descender al mundo de los humanos en este momento crucial para traer la Luz, para ser “la lámpara encendida que se coloca en el lugar más alto de la casa con objeto de que ilumine a cuantos habitan en ella”. Sí, Paula es también un colectivo, un “todos en uno” que aglutina a todos los niños venidos al mundo, pues todos comparten la misma función e idéntico propósito: ser el estímulo que nos ponga en acción a quienes vinimos antes, atraídos precisamente por la idea de un mundo nuevo “donde no haya más llanto, ni fatiga, ni dolor ni muerte, porque el mundo viejo ha pasado”.

Cualquiera que sea su nombre y esté donde esté, en la familia humana ha nacido una Paula, que es Luz en el mundo.

Félix Gracia

lunes, 14 de enero de 2013


RECUERDA...

Vivimos tiempos difíciles; tiempos que remueven la memoria  del alma aflorando sentimientos otrora vividos, experimentados, sufridos...

Lo de ahora no es nuevo, sino eterno. Existe en el seno de la Vida como un impulso renovador y de cambio; como una semilla que germina, crece y, llegado su momento, fructifica, para luego permanecer dormida, latente, hasta que llegue el tiempo de un nuevo despertar, que es también el tiempo de la renovación y del cambio. Cuando ese momento llegue, resucitarán en el alma los sentimientos que acompañaron al proceso anterior, en el que algo tuvo que morir para que algo nuevo naciera.

Y aquí nos hallamos, en pleno proceso de renovación, en plena crisis; protagonizando un cambio que significa "crecer ampliando nuestros límites", la conciencia de lo que somos, porque nos mueve y arrastra un instinto sublime hacia la totalidad del Ser.

Sí, aquí nos hallamos, muriendo y renaciendo a la vez. Despiertos, mientras transitamos por la "noche oscura del alma"; por ese tiempo fronterizo  en el que uno ya no encuentra la seguridad en lo conocido o poseído, que está llamado a desaparecer, ni tampoco en lo nuevo que ha de llegar porque aún no ha llegado. Y, mientras ese tiempo permanece, la vida humana se asemeja a una frágil barca en plena tormenta y, nosotros, a sus atribulados ocupantes.

La metáfora del Evangelio se hace real en nuestra experiencia de vida, como siempre ha sido. Y aquí nos hallamos hoy. O así lo siento yo. Somos el personaje que habita en la barca. Pero, tal vez ese cambio que se anuncia por el horizonte pueda llevarnos al reconocimiento de que, a pesar de nuestra flaqueza, de nuestras limitaciones y miedos, también somos aquél que camina sobre las aguas.

Así lo siento en mi también atribulado corazón. Y, porque así lo siento y quiero vivirlo, renuevo mi confianza expresada en estas palabras que reproduzco seguidamente, y que un día escribí como colofón para todos los asistentes a un Curso sobre Jesús; ese Jesús intemporal, eterno caminante que camina sobre las aguas hacia la barca donde le esperan sus atemorizados amigos, entre los cuales y como ellos me siento y declaro.

Si, tú, amiga o amigo que me lees, te sientes así, miembro de ese colectivo amigo de Jesús, aquellas palabras de entonces son hoy para ti:

"Pase lo que pase y veas lo que veas..., recuerda. Cuando te caigas. Cuando vueles. Cuando rías. Si aparece el dolor, o la suerte, o la tristeza..., recuerda. Cuando el viento tense tus velas en mar abierto y sientas la proximidad de tu destino, o cuando la tormenta amenace con hundir tu barca..., recuerda. Pase lo que pase, recuerda que en la experiencia del vivir todo es pasajero, pero que tú eres la roca firme de la Verdad y la Vida eternamente manifestadas; que eres el Hijo de Dios en cada instante de tu vida y que cualquiera que sea tu nombre, también te llamas Jesús."

Félix Gracia